viernes, 21 de agosto de 2015

CAPÍTULO 9-Pena de muerte al buey


Corría en Benquerencia el  año 1938 y las expropiaciones por parte del bando republicano estaban al orden del día. Se recorrían las fincas del término requisando ganados, cosechas, aperos, muebles y enseres para la Colectividad de Campesinos y la Casa del Pueblo

Fincas como la Dehesa y propiedades del término de Herederos de D. Luis Gironza, el Ejido de D. Luis Elías de Tejada de la Cueva, el Acotanillo de D. Francisco Mendoza, los Tachones y propiedades del término de Dª. Felisa de la Cueva, Dehesa Moruna de Dª Beatriz López de Ayala y otras pasaron a ser controladas por el Comité de Campesinos.
En la Dehesa de Gironza encontraron seis o siete yuntas de bueyes que fueron requisadas y enviadas a Benquerencia para ayudar a labrar los campos pertenecientes a la colectividad o a los particulares que perteneciesen al Comité. Si algún campesino necesitaba arar sus tierras  sólo tenía que solicitar para ello un par de bueyes que rápidamente les eran concedidos.

Marcelino tenía un "peazo" por la zona de la zona de Fanjo. Solicitó una yunta  y al día siguiente de buena  mañana se dirigió con los dos enormes animales hacia el terreno de labranza. Por fin podría arar sin mucho trabajo debido a la gran fortaleza de tan magníficos ejemplares.

Pero el bueno de Marcelino se equivocaba. Fue a ponerles el yugo pero uno de los bueyes no metía la cabeza  ni a tiros. Lo intentó decenas de veces pero no había forma. Ya cansado de tanto insistir decidió soltarlos un rato para ver si se relajaba el desobediente animal y cesaba en su negativa.

Al cabo de una media hora volvió a intentarlo de nuevo pero el
angelito cuando veía que Marcelino se le acercaba empezaba a correr en dirección contraria. Así estuvieron un buen rato hasta que consiguió cogerlo y acercarlo donde estaba su compañero. Pero seguía con la misma terquedad de negarse a meter la cabeza en el yugo.

Cuando se dio cuenta el sol estaba ya en lo más alto así que decidió regresar a Benquerencia con los dos animales sin haber podido hacer ni un surco. Por el camino iba pensando si la culpa tal fracaso la tenía el buey o él mismo debido a su falta de experiencia con el ganado bovino.

Llegó  a su casa y metió a las animales en la cuadra donde les puso de comida un haz de forraje  con unos kilos de avena. Ya habían bebido cuando pasaron por el Pozo Luis.

Marcelino se adecentó un poco y salió para el casino de Lorenzo a tomarse unos chatos de vino con los compañeros como hacía cada día. 
Allí se encontró con varios componentes del Comité Local que le pusieron al día de los últimos acontecimientos acaecidos en el Municipio.

Pablo, el municipal, le preguntó:

-¿Cómo te ha ido  la mañana con los bueyes de Gironza?

-Bien aunque no he podido arar mucho porque se me rompió una correa del yugo y no llevaba aguja y cabos para coserla; así que me entretuve levantando un portillo que se había caido al lado de la puerta de la entrada.-le respondió Marcelino. 

Hizo un aparte con el alcalde y le contó lo que en realidad había sucedido con el buey.
-No te preocupes, mañana le diré a Mateo que te acompañe y ya verás como entre los dos hacéis que el animal "entre en verea"- le contestó Lorenzo.

A la mañana siguiente Marcelino y Mateo salieron con los dos bueyes para el tajo convencidos de que esta vez realizarían la faena sin dificultades añadidas. Cuando llegaron al terreno el primer buey entró en el yugo rápidamente pero el otro seguía negándose con la misma cabezonería que el día anterior.

Como por las buenas no daba resultado lo intentaron por las malas. Con una buena vara de acebuche y unos cuantos empujones consiguieron que el animal cediese y se colocara al lado de su compañero debajo del yugo.

El arado tirado por los forzudos animales comenzó a abrir la tierra como si fuese mantequilla. En la cara de Marcelino se dibujaba una amplia sonrisa. 

Al terminar el primer surco y girar para hacer el siguiente el buey protagonista dijo que hasta ahí había llegado y que ya no araba más. Ni con la vara ni a voces o empujones consiguieron que el animal se pusiese en moviento. No hubo otro remedio que sacarlos del yugo y regresar a Benquerencia.

A la entrada del pueblo se encontraron con la María Luisa, la esposa de Mateo, que al verlos les dijo:
-¿Ya habéis terminado?.¡¡Qué rapidez!! 
-Estos bueyes son un lujazo. Con los mulos hubiérais tardado tres o cuatro veces más.
Los hombres movieron la cabeza afirmativamente y esbozaron de mala gana una ligera sonrisa. 

Por la noche Marcelino le comunicó al alcalde lo que había sucedido con el buey y tuvo que aguantar las bromas  por parte de algunos parroquianos en el casino del Niño  ya que la noticia de la negativa del animal a arar se había extendido por todo el pueblo.

A la mañana siguiente se reunió el Comité para decidir  lo que se debería hacer con el buey. Hubo propuestas de todo tipo. Unos proponían devolvérselo a su dueño para que le quitaran el resabio. Otros que venderlo y sacar unas pesetas que vendrían de perlas a la colectividad. Incluso hubo un despistado, Zacarías, que propuso dejarlo de semental para cubrir a las vacas.
-Mira que eres tonto Zacarías.
-¿Es que no sabes que los bueyes están capaos?-le aclaró otro de los asistentes ante las risas de los demás.

Como no se ponían de acuerdo tomó la palabra el alcalde y dijo:

-Lo que está claro es que el buey cuando estaba en el otro bando araba sin rechistar y ahora en el nuestro se niega a hacerlo. Lo someteremos a juicio y lo condenaremos a muerte que es lo que se merece. Repartiremos su carne entre todos los benquerencianos. 
Y así lo hicieron.

A la mañana siguiente llevaron al animal a la entrada del pueblo(donde estaba el transformador de la luz, actualmente el Consultorio) y el municipal del pueblo le descerrajó un tiro a quemarropa que acabó con su vida en pocos segundos.
Mandaron razón a Isaias(padre del Roso) que vivía al lado del casino de Lorenzo

para que bajese con su yunta ya que tenían que arrastrar al buey hasta la Iglesia. Isaías llegó quejándose ya que su yegua estaba preñada y a punto de parir. No le hicieron caso así que ataron al animal y lo arrastraron con mucho trabajo dando la vuelta por el casino del Niño(actual Cafetería) hasta llegar a la puerta de la Iglesia. Hicieron correr la voz de que todo aquel que quisiera carne se pasase por la Iglesia en un par de horas.
Metieron al animal para adentro y lo colocaron en el centro de la Iglesia encima de  una de las mesas que se utilizaban en aquellos tiempos para hacer la matanza. Allí comenzaron a despiezarlo haciendo porciones de dos o tres kilos cada una.

Cuando acabaron sacaron los barreños y artesas a la puerta y empezaron a repartir la carne entre los numerosos parroquianos que aguardaban en fila. Eso si en primer lugar a las familias de los afiliados a la Casa del Pueblo y los demás a continuación.

Cuando acabó el reparto apareció el municipal levantando en alto la testuz y los cuernos del animal gritando:

-¡¡Esta es la última pieza del buey y la tengo reservada!!. 
Se la voy a llevar a ......y pronunció un nombre, que omito por respeto, cuya mujer tenía fama de hacer favores desinteresadamente a varios hombres del pueblo.

Por la noche los 19 presos de derechas que dormían en la Iglesia tuvieron trabajo extra para limpiar los restos de sangre del animal que había en el suelo y los bancos. Hasta altas de la madrugara estuvieron oyendo las canciones republicanas y la algarabía que provenía del casino de Lorenzo donde las fuerzas vivas de Benquerencia habían estado dando buena cuenta de una suculenta caldereta preparada con carne del buey.

¡¡Qué años aquellos!!

No hay comentarios:

Publicar un comentario