sábado, 22 de agosto de 2015

CAPÍTULO 8- A Castuera voy, de Castuera vengo


Corría la época de los cincuenta, lo mismo que hoy, había una estrecha relación con el vecino pueblo de Castuera y eran muchas las personas que tenían que desplazarse cada día a él por diferentes motivos.Yo recuerdo mis primeras bajadas acompañando a mi padre en "el Servicio" un viejo autobús que hacía la linea


Monterrubio, Helechal, la Nava, Castellán, Benquerencia, Castuera.
Por nuestro pueblo pasaba a las nueve de la mañana y tenía la parada en la carretera, a la izquierda de la Calleja.


Siempre estabas con la incertidumbre de si podrías subir o no ya que Firi, el cobrador, nada más llegar se ponía en la puerta de la tartana y decía: cuatro, cinco u otro número y estos eran exactamente los pasajeros que obtenían billete para el corto viaje al pueblo vecino. Los demás para casita o a juntarse para pedir un taxi que resultaba mucho más caro.
Tenía la parada en la plaza de Castuera delante del bar La Raspa.
El regreso se hacía sobre las dos. Firi, que tenía siempre un humor de perros, comenzaba a dar los billetes media hora antes y paraba en cuanto completaba las plazas. No permitía a nadie ir de pie.
Aquí yo ya estaba más tranquilo porque para mi padre y el Nano del Condutor siempre había sitio aunque llegasen a la hora justa de la salida del autobús. Nunca se lo pregunté a mi padre pero estaba seguro que lo sobornaban aunque sólo fuera con alguna invitación en el bar.

Luis Sánchez, el Cartero  hacía el trayecto en su burro. Salía cada mañana para Castuera y regresaba cerca de las dos cargado con la correspondencia, el vino para la Pepa de la Rata y demás casinos del pueblo. También traía otros encargos que los benquerencianos le hacían.
A veces estabámos jugando en mi puerta y cuando oíamos que llegaba parábamos porque nos hacía gracia escuchar los improperios que le gritaba al animal ya que, como ya venía cansado, le costaba una barbaridad rematar la empinada cuesta que había desde la casa de Antonio José a la calle Teniente Coronel Hierro( Ahora Corredera) 



Rafael Sánchez era mecánico en el taller de Lucio y cada día hacía el camino en bicicleta. Recuerdo que una mañana bajando una curva en los aledaños de olivar de Sixto tuvo un aparatoso accidente que pudo costarle la vida. Iba delante de nosotros a gran velocidad ya que la pendiente de la carretera en esa zona era muy pronunciada y él manejaba la bici con mucha maestría y soltura. cuando, pienso yo, le fallaron los frenos y trató de aminorar la velocidad apoyando el pie en la cubierta de la rueda trasera con tan mala suerte que metió el zapato entre los radios y la bicicleta perdió el equilibrio estrellándose contra la cuneta. Se lo llevaron a la Clínica con la cara totalmente desfigurada y perdiendo gran cantidad de sangre. Felizmente se recuperó auque le quedaron para mucho tiempo las marcas del accidente en su rostro.
También estábamos los estudiantes que hacíamos el bachillerato de aquella época: Agustín de la Manuela de Juan Puro, Tomás, Pepe Luis, Joselín y yo.


Todos bajábamos en bicicleta a las ocho y media de la mañana hiciese el tiempo que hiciese. Ibamos al instituto que había en los Cerrillos. Su director D. Gonzalo Soubrier nos daba clase de Lengua. Recuerdo que todos estábamos deseando que hubiese tormenta porque le tenía un miedo atroz y en cuanto se oía el primer trueno desaparecía y se suspendía la clase. Venía a vigilarnos el conserje "Sr. Pitarra" que se limitaba a mantener un poco el orden para que no nos sucediera algún percance en nuestra integridad física.

El más travieso de todos nosotros y de todo el instituto era, sin duda, Pepe Luis de Pizarro, el Campanero. A menudo lo castigaban encerrándolo en una clase del piso superior del instituto pero en pocos minutos se descolgaba por la fachada y no regresaba al colegio hasta que llegaba la hora en que acababa el arresto.

Ya por la tarde, cuando terminaban las clases, regresábamos a Benquerencia. A mí la cuesta del Pozón se me hacía durísima y apenas podía mantener el ritmo de los demás. En cambio Pepe Luis tuvo casi todo el curso su bicicleta con un sólo pedal y siempre iba en cabeza. Yo creo que hubiese sido una figura del ciclismo si se hubiese dedicado a él.


En el regreso nos acompañaba Manolo de Lavativa(el Negrín) que estaba aprendiendo mecánica en Castuera. Su padre regentaba el casino que había en lo que hoy es la cafetería San José. Algunas tardes Pepe Luis ponía su bicicleta paralela a la suya y le decía: -¿Me vas a dar esta noche una gaseosa gratis?-
Si la respuesta era afirmativa no pasaba nada, pero, si era negativa empezaba a empujarlo con el hombro y lo mandaba a la cuneta. Y por allí circulaba el amigo Manolo hasta que cambiaba de opiníón y aceptaba la petición de Pepe Luis. Otras veces le pedía berberechos, una peseta o cualquier cosa. El bueno de Manolo siempre acababa aceptando las propuestas de Pepe.

Recuerdo que mi padre me llevabo algunas veces al cine de Bigote o al de verano. Era todo un acontecimiento ver películas en aquella época como "Café de Chinitas" o "El Emigrante". 


También había muchos benquerencianos que bajaban a Castuera en su feria de Santa Ana. Recuerdo que comprábamos cucuruchos de quisquillas, almendras y avellanas saladas.También era típico degustar el jamón del Rifeño y algún helado en la cafetería Velasco aunque , muchas veces "el presupuesto" no daba para tanto.
Manuel Gómez Valdivia(el Piyayo) bajaba cada día al pueblo vecino con su carro cargado de jaras por las que le daban unas pesetillas en la misma panadería en la que compraba el pan que luego revendía en su casa de la Calleja.

Otras personas que bajaban diariamente a Castuera eran "LOS LEÑADORES". Si, lo he escrito con mayúscula porque merecen toda nuestra admiración y respeto.


Eran las personas más humildes del pueblo pero curtidos y duros como el granito a los que nada les importaban las inclemencias del tiempo. Se levantaban a las cuatro o cinco de la madrugada y con sus burritos marchaban al Morro que era el lugar de la sierra donde crecían las jaras más grandes. Con gran esfuerzo las arrancaban dejando a cambio su sudor y muchas veces la piel de sus manos. 

Cuando completaban su carga marchaban para Castuera donde las vendían por unas pesetillas a las distintas panaderías que las hacían servir de combustible para sus hornos. Compraban los alimentos necesarios para la familia y algún litrillo de vino para animar el cuerpo que bien se lo merecía.


Yo, desde el corral de mi casa los veía pasar de uno en uno hacia Castuera como si de una procesión se tratara.

Mi madre me contaba que la ropa que usaban era especial ya que tanto el pantalón como la chambra al impregnarse con la resina pringosa de las jaras se habían hecho impermeables y les protegían de la lluvia que muchas veces caía durante sus agotadoras jornadas de trabajo.

El Chulo, Quico y Agustín del Canario, El Canario viejo, Alfonso y Antonio El Bala, El Bote, Luis de la Torrezna, Faustino, Manuel de Juan de Dios, etc, etc fueron algunos de ellos.

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