Bueno estábamos a dos de Mayo y eso era normal para esa época del año.
En la casa de Paco y María la Consuelo, su madre, estaba muy atareada en la cocina preparando una tortilla de patatas y freiendo unos torreznos adobados de la matanza. Cuando acabó lo metió todo en una fiambrera de aluminio que dejó sin tapar y la puso encima de la alacena fuera del alcance de los gatos.
Luego fue a llamar a Paco que estaba en la Plaza jugando con sus amigos y le dijo:
-Paquito ve al corral y me traes el gallo de las pintas colorás.
Regresaron a su casa y en un par de minutos el gallo estaba protestando en las manos de la Consuelo.
La mujer cogió la navaja, "Teodomiro" que le había traído su hijo de la feria de Zalamea y en un periquete el gallo pasó a mejor vida.
Lo colocó en un barreño con agua caliente y comenzó a desplumarlo. Apartó unas brasas de la lumbre, colocó las trébedes y puso una sartén con aceite y unas cabezas de ajos. Allí se fue cocinando a fuego lento el cantarín animal que sería degustado al día siguiente en Castellán.
En muchas casas de Benquerencia estaba sucediendo algo parecido.
Era la víspera de la Cruz de Mayo.
Desde hacía muchos años en el pueblo había la costumbre de celebrar el día de la Cruz en Castellán. Se había convertido en una fiesta tradicional que todos los benquerencianos esperaban cada año con mucha ilusión.
Con la llegada de las primeras luces el pueblo fue cobrando vida. Las puertas comenzaron a abrirse y los distintos grupos se fueron formando para recorrer el trayecto de unos cinco kilómetros que separaban a ambos pueblos.
Entre ocho y nueve de la mañana la comitiva se fue poniendo en marcha con la ilusión y el deseo de pasar un gran día.
El medio normal de transporte que se empleaba era el de "San Fernando" aunque alguna familia llevaba su burro y algunos chavales bicicleta.
Justo detrás del pueblo había una zona encantadora muy verde, con numerosos huertos y pozos. Allí fueron acampando los distintos grupos de benquerencianos a medida que iban llegando. Cada uno trataba de encontrar la mejor sombra.
Paco y su familia eligieron una gran morera al lado de un pequeño pozo que había nada más pasar los primeros corrales y allí colocaron sus bártulos.
Paco le pidió permiso a su madre para irse con sus amigos porque a las once tenían que jugar un partido de fútbol contra Castellán.
Con cuatro piedras hicieron dos porterías y se dispusieron a jugar el partido. Hubo algunas protestas por parte del capitán benquerenciano ya que Castellán se había reforzado con dos jugadores de Helechal y eso "no estaba contemplado en el reglamento".
Mientras tanto la procesión había comenzado su recorrido encabezada por D. Vicente, el cura, llevando en sus manos la Cruz de Mayo de siempre. A su lado la Consuelo, la Rosita, la Sabina, la Sole, la Isabel y demás "Hijas de María" iban entonando las canciones propias del evento.
Se tomaron unas gaseosas y estuvieron tonteando con algunas chicas de su edad que había por allí.
Paco, aunque venía del partido magullado y dolorido, bailó un par de piezas con la Juana. ¡Cómo presumía después con sus amigos!
Cuando llegó la hora de la comida cada uno tomó la dirección de su lugar de acampada.
En cuanto la Consuelo vió llegar a Paco se dirigió a el para "examinarlo".
-¡¡Pero por Diós!! ¡¡Vaya cromo que vienes hecho!!- le espetó como saludo.
Efectivamente el aspecto del muchacho era preocupante. Como había jugado el partido de fútbol traía toda la ropa llena de polvo. En el brazo derecho se había hecho unas erosiones y cojeaba porque se había pinchado con un cardo en la planta de un pie.
Era espectacular el verdor que había en los aledaños de Castellán sobre todo en la planicie que había a la izquierda del camino que salía de la carretera y se dirigía hacia Cerro Merchán y la Serena incluidas las huertas de la Fidela y Plácido.
El agua era tan abundante que rebosaba en los pozos y corría alegremente aprovechando la leve inclinación del terreno.
Las de la Calle Arriba no habían regresado del baile y Antolín estaba preparando los avíos para hacerles, como cada año, un buen gazpacho. Paquito se sentó a su lado y vió como Antolín sacaba de la talega dos cuernos con tapadera de corcho en su parte más ancha.
En la barreña de encina machacó unos ajos, puso miga de pan, añadió aceite de uno de los cuernos y comenzó a hacer la masilla. Posteriormente le añadió el agua, el vinagre y un puñado de sal que llevaba en el otro cuerno. Le añadió unos trozos de pan duro y tapó la barreña con un cartón para evitar la tentación de moscas, hormigas, avispas y abejorros.
Al poco rato se empezaron a oir las voces y carcajadas de las chicas que venían del baile. Llegaban contentas pero muy cansadas. Se refrescaron con agua del pozo. Tendieron una manta en el suelo y alguna se quitó los zapatos para que le descansaran los pies.
Sobre la manta pusieron un mantel y fueron colocando las diferentes horteras repletas de ricas tortillas y excelentes embutidos propios porque en aquellos años en casi todas las casas se hacía la matanza.
La Casilda colocó su pollo al ajillo al lado de la barreña del
gazpacho y todos se dispusieron a comer en perfecta armonía.
Pasaron un par de horas muy agradables ya que entre cucharada y cucharada iban contando infinidad de chascarrillos y chistes que provocaban las risas de todos los comensales. Incluso hubo momentos que se entonaron algunas cancioncillas muy famosas en Benquerencia por aquella época.
Cuando acabó la comida recogieron los alimentos sobrantes y los metieron en sus talegas ya que a la caída de la tarde habría que reponer fuerzas antes de regresar al pueblo.
Paco regresó a la carretera y estuvo jugando con sus amigos hasta que, un poco antes de ponerse el sol, la comitiva de benquerencianos inició el regreso al pueblo. Todos iban muy cansados pero contentos por la bonita jornada que habían disfrutado. Aún les quedaban fuerzas para cantar:
VENIMOS DE CASTELLÁN
DE COMERNOS UN BORREGO
SI NO LO QUERÉIS CREER
AQUÍ TRAEMOS LOS HUESOS
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