jueves, 27 de agosto de 2015

CAPÍTULO 4 Las "Rondas" del Cementerio




-¡¡Elías!!, pon otros vinos  a ver si entramos en calor que hace una noche de perros-.
 El tabernero solícito cogió la botella y  llenó los vasos. Les puso de aperitivo unas cuantas ancas . de ranas rebozadas con sus correspondientes trozos de pan. Los cinco  mozos dieron buena cuenta de ellas en un santiamén y continuaron con sus bromas y chascarrillos. 

La taberna de Elías era pequeña pero muy acogedora. Estaba situada en el centro del pueblo justo donde empieza la empinada cuesta que llevaba al Altillo y al Feche.

El tabernero volvió a llenar los tanques de vino acompañados de un plato de altramuces endulzados en Rando.

-A esta ronda ronda tendría que invitarnos Paco ya que el domingo ganó las apuestas del “estira gorrotes” y entoavia  no 
s´ha rascao la faldriquera-, comentó Víctor en voz baja.

-No os preocupéis, eso está hecho, la ronda corre de mi parte. Buen trabajo me costó ganarle a Perico en la final. Con la fuerza que tiene tiraba como un toro. 

-Es que a Perico hay que echarle la comia aparte. ¿Sus acordáis qu`hace dos años en la feria del pueblo volteó un saco d`avena por encima de su cabeza y le dejaron entrar gratis al baile?. dijo Braulio.
Por aquella época era costumbre que en San José y en otras fiestas populares que los mozos  del pueblo hiciesen apuestas  de fuerza como estira garrotes, voltear  sacos de cereales(incluso con los dientes), pulsos de mano, etc. Los ganadores entraban gratis  al baile.

La puerta se abrió de nuevo y entró Manuel de la Tocina que venía de hacer unos remiendos en la casa de Antonia de la María Luisa. ¡¡Buenas noches!! por decir algo. ¡¡Vaya  tormentón que se acerca por Fanjo!!

Manuel de la Tocina era un personaje  en el pueblo. Lo mismo pintaba una casa, arreglaba la vertedera de un arado que hacía una mesa con cuatro maderas viejas. En la época de siega
todos querían contratarlo porque con la hoz en la mano era un artista que normalmente doblaba a  sus compañeros de faena.

El local se iluminó de repente con la luz de un relámpago al que siguió un enorme trueno que dejó a todos callados por unos segundos.

-Vaya tormenta que tenemos encima-, dijo Paco.

-Lo bueno es que los rayos  caen casi siempre en las alturas del Castillo o en los peñascos de la sierra-, comentó Antonio.

-El año pasao bajó uno de la sierra y entró por el corral de la casa de la Ricarda, en la Roda, salió por el postigo de la puerta de la calle que estaba abierto y no les pasó na. Chacho que suerte tuvieron.-
Varios relámpagos continuaron alumbrando la pequeña taberna. Al cabo de un rato la tormenta fue pasando y los truenos se oían cada vez más lejos. 

El pueblo recuperó su vida y comenzaron a llegar a la taberna otras personas que seguramente habían sido "pilladas" en alguno de los otros tres casinos que tenía el pueblo. Por allí desfilaron  a tomarse unos vasitos el escribano Miguel, Juan, el alcalde ordinario, Tomás el alguacil y D. Saturio el médico que residía en Castuera pero que esta noche tendría que quedarse en la posada de la Carmen porque se le hizo muy tarde ya que tuvo que atender a Teodomiro que se había caído de su mula con tan mala suerte que se hizo una enorme pitera que necesitó bastante trabajo para que dejara de sangrar.

Carmen era una benquerenciana que enviudó muy joven tras una penosa enfermedad de su marido Hilario. Con dos hijos a su cargo la pobre mujer se las arreglaba como podía para sacarlos adelante. Su casa hacía de posada.Tenía fama de ser muy limpia y honesta.

Las conversaciones entre los tertulianos eran muy amenas y casi siempre giraban sobre los mismos temas: el precio de los cereales  el del aceite, los devaneos amorosos de alguna
moza espabilada del pueblo y, sobre todo, chascarrillos y anécdotas que hacían alegrar el momento. Había alguno que contaba a los demás hasta capítulos enteros de las novelas Juan León o José María el Tempranillo.

Braulio les contó a todos lo mal que lo había pasado por la mañana cuando una de sus borregas se cayó a la Fuente de los Cerrillos y estuvo a punto de ahogarse. Tuvo que meterse en el pozo y sacarla sin ayuda de nadie.

Hubo un pequeño altercado entre Manuel y Florencio, dos vecinos, que discutieron por el tema de una linde que se había trazado por el sitio que no era. El alcalde solucionó el tema haciendo que se dieran un apretón  de manos y él, por su parte, les invitó a una botella de medio litro de vino.

Sobre las diez de la noche empezaron a retirarse y solo quedaron en el establecimiento Elías y los cinco mozos del principio.

Elías estaba deseando cerrar la taberna y marcharse para descansar en su casa de la Roda pero los rezagados insistieron para que les llenase otra ronda. El tabernero accedió pensando que no sería la última ya que la atmósfera se estaba poniendo cargadita.

-Oye, dijo Miguel- ¿Por qué no hacemos esta noche "las rondas del Cementerio"?
-Hombre ese jueguecito está bien para el verano pero no para esta época del año con el frío que hace y sin luna.

-¡¡Vaya!!. Veo que lo que tienes es un poquito de canguelo.
Estuvieron un buen rato discutiendo sobre el tema hasta que Braulio dijo:

-No sigamos discutiendo. Votamos y hacemos lo que salga.¿Vale?
Jesús, Víctor, Braulio y Paco levantaron la mano afirmativamente. Miguel aceptó el resultado.

"Las rondas del Cementerio" consistían en que cada mozo tenía que ir hasta el Cementerio,
pasar por el estrecho pasillo que había al lado, poner la llave de su casa u otro objeto personal  encima una piedra que ya conocían del camino de la Ermita y al regreso dejar clavado su machete o navaja en la puerta del Cementerio( en esta época se acostumbraba a llevar machete por miedo a las alimañas y a los bandoleros).

En unos trocitos de papel pusieron los números del 1 al 5 e hicieron con ellos unas bolitas que fueron eligiendo una a una para sortear el orden de salida para el Cementerio.
-¡Quén tiene el 1?- Yo, le contestó Paco.

Elías refunfuñando comentó en voz alta: ¡¡Dejaros ya de apuestecitas que la noche está para irse pronto a la cama!!. 

Venga que apago el  carburo y nos vamos.

Los mozuelos, que eran más tozudos que una mula aragonesa, no cedieron así que Paco se enfundó su capote y enfiló la calle central, luego giró a la izquierda en la del Pósito para salir al Cementerio.

Si hacía el recorrido completo sus amigos le invitarían a un chato de vino. En caso contrario tendría que pagarles una ronda a todos.

Antonio pensaba que Paco no sería capaz de llegar al cementerio y menos cruzar el estrecho y
tortuoso pasillo para salir al camino de Rando ya que la noche era cerrada y casi había que andar a tientas.

Pasaron  quince o veinte angustiosos minutos hasta que oyeron los pasos de alguien que se acercaba por la calle. Se abrió la puerta de la taberna y apareció Paco que sonriente dijo:

-¿Dónde está ese vinillo?- Me lo he ganado a pulso. Allí he dejado la petaca y mi machete. ¿Quién es el siguiente?

Braulio se levantó y salió por la puerta con cara de no ir muy convencido.
-Ese no llega ni al camino de Castuera- dijo Jesús.

Elías, que seguia refunfuñando, comenzó a barrer la taberna para adelantar la faena del día siguiente.
Los otros cuatros “rondistas” continuaron conversando sobre el miedo que Braulio llevaba en el cuerpo y lo mal que lo pasaría si se cruzaba con alguien u oía algún ruido extraño en las proximidades del cementerio.

En la calle se oyeron las notas de una coplilla muy famosa por aquella época en Benquerencia:

“Mirando al sol me sucede
como si miro a tu cara
que se deslumbran mis ojos
 y acabo por no ver nada”.

Eran cuatro mozalbetes que que venían de rondar a la Paulina y a la Dionisia, novias de dos de ellos que vivían al final del pueblo. 

Se tomaron un par de vinillos y continuaron su ronda.

A los pocos minutos volvió a abrirse la puerta de la taberna y apareció Braulio. Traía la cara pálida y en sus manos se apreciaban pequeñas convulsiones. Apenas podían aguantar la petaca y
el machete de Paco. 

Casi no tuvo fuerzas para llegar a la primera silla. Elías lo abrigó con su gabán y le puso en sus labios una copa de aguardiente.

El mozo empezó a entrar en calor y comentó:- ¡¡Hace un frío que pela ahí afuera!!. ¡¡Qué mal lo he pasado!!.- Los demás lo animaron dándole palmaditas en la espalda. En el fondo sabían que no había sido el frío, sino el miedo, el causante de su estado.

Ahora le tocaba el turno a Víctor,el Ovejero, que aunque no era de Benquerencia hacía ya varios años que su padre, cuando pasó por el pueblo con uno rebaño haciendo la transhumancia, lo dejó en casa de la Francisca en una especie de media adopción. Cuando regresaba el rebaño Víctor marchaba con sus padres hasta el año siguiente que volvía a Benquerencia donde se quedaba otra temporada.

Víctor era muy querido en el pueblo ya que era sencillo y amable con todo el mundo. Además siempre estaba dispuesto para ayudar a lo que hiciera falta: hacer quesos, sembrar, coger aceitunas, quitar chupones. 

La Antonia, una de las mozas de mejor familia del pueblo, se había enamorado locamente de él pero sus padres se opusieron desde un principio a esta relación y decían que el Ovejero era poca cosa para su niña guapa, rica y con salero.

Sin más preámbulos se bebió de un trago el vino que quedaba en su vaso y salió muy decidido camino del  cementerio. Al coger la calle del Pósito se llevó un buen sobresalto ya que de detrás de un carro que había en la puerta de la Isabel cruzó corriendo algo que le rozó sus piernas. Dio un salto para atrás y le tiró su garrota. Tuvo buena puntería  ya que un ladrido de dolor rasgó el silencio de la noche.

Cuando llegó al cementerio se detuvo a la entrada del corto pero tortuoso caminillo que tenía que cruzar para llegar al de la Ermita y depositar su prenda. No se veía casi nada. Tenía mucho miedo y le temblaban las piernas. Después de respirar hondo unas cuantas veces se armó de valor y comenzó a andar. Fueron un par de minutos que a él le parecieron un siglo, pero consiguió pasar y dejar encima de la piedra una bellota de madera que el mismo había tallado con su propia navaja.

Con más decisión regresó por el caminillo  y clavó su navaja en la vieja puerta del cementerio. Justo en ese momento oyó un extraño ruido por la parte de dentro. Aterrorizado comenzó a correr hacia el pueblo pero, a los pocos pasos, como estaba muy oscuro tropezó con algo y se dio un buen batacazo contra el suelo. Sin mirar el daño que se había hecho se levantó y reanudó la carrera como alma que lleva el diablo.

Mientras tanto en la taberna se divertían contando chascarrillos y gastando alguna que otra broma a Miguelillo, el hijo del escribano que era un poquito corto y se lo creía todo.

Elías desde la barra preguntó: ¿No tenía que haber regresado ya Víctor?. Hace más de media hora que salió. Los muchachos  cesaron en seco sus conversaciones y se quedaron pensativos.

Esperaremos un ratito más y si no viene trataremos de averiguar el por qué de su tardanza- dijo Paco.

Esperaron otros quince o veinte minutos y como Víctor no daba señales de vida decidieron bajar al cementerio. Elías les dejó un farol y se pusieron en marcha temiéndose lo peor.

Llegaron a la puerta del cementerio y allí estaba clavada la navaja de Víctor aunque les extrañó que la puerta estuviesa abierta. Cruzaron el caminillo y en la piedra señalada encontraron la bellota de madera. Se asomaron por la puerta entornada del cementerio y gritaron el nombre de Víctor varias veces. Nadie contesto. 

Farol en alto  y con mucho miedo en sus cuerpos comenzaron a recorrer el interior del cementerio. Cualquier sonido producido al pisar alguna rama o cualquier piedra suelta del suelo suponía un gran sobresalto que los dejaba paralizados. Más muertos que vivos terminaron el recorrido
sin encontrar ningún rastro de Víctor.

Regresaron a la taberna y le contaron a Elías lo que había sucedido. 

Elías les contestó que  la cosa no pintaba bien y que sería mejor que se fueran a acostar ya que nada podían hacer. Algunos no  estaban de acuerdo diciendo que debían continuar buscándolo pero, al final cedieron y se fueron a dormir cada uno para su casa.

Es de suponer que les sería muy difícil conciliar el sueño ante el enigma de lo que le habría podido suceder a su amigo.

Con el primer canto de los gallos el pueblo recobró vida y empezó el movimiento cotidiano de personas por sus calles: Cándido pasó con sus cabras camino de la umbría, Marcelino y Romualdo 
antes de marchar para el tejar de su padre Calixto entraron en el casino de Martín que estaba en el centro del pueblo, un poco más arriba de la taberna de Elías y se tomaron como cada día su copita de aguardiente "para matar el gusanillo", decían ellos. 

El tejar de Calixto estaba a las afueras del pueblo en el camino de la Dehesa Boyal y tenía fama en Benquerencia y pueblos colindantes. Fabricaban tejas y adobes de excelente calidad. 
Trabajajaban en él los tres y no daban abasto a los encargos que tenían.
Máximo pasó con su yunta de bueyes a arar el "peazo" de la Catalina. Uno de los bueyes tuvo una urgencia justo  en la puerta de la Margarita que en esos momentos estaba barriéndola.
Madre mía el broncazo que se llevó el bueno de Máximo.

También llegaron los primeros hortelanos con sus burros cargados de tomates, pepinos, patatas, frutas y hortalizas de la época. Iban voceando por las calles y llamaban a las casas "que eran clientas fijas".
No todo el mundo tenía dinero para comprar y acudían a  otra huerta alternativa que era más barata: el campo. Productos como cardillos, collejas, acelgas, criadillas, berros, moras, acederas o espárragos quitaban el hambre a muchos benquerencianos.
Volvamos con los rondistas de la noche anterior que como no pudieron "pegar ojo" se levantaron muy temprano y ya estaban en la taberna de Elías.

-Si no hay noticias de Víctor tendremos que avisar al alcalde para empezar a buscarlo- decía Jesús. 

No esperaron más y se marcharon a ver al alcalde. Cual no sería su sorpresa cuando por el fondo de la calle vieron aparecer a Víctor. Venía cojeando y con rasguños en la cara. Como locos corrieron a abrazarle. ¿Qué te ha pasado?. ¿Por qué no regresaste anoche?

Víctor, en voz baja les comentó: -Anoche cuando regresaba del Cementerio tropecé con una piedra y me caí. Al pasar por la puerta falsa de la Manuela se me ocurrió colarme en su corral y hacerle la contraseña para que saliera a curarme las heridas. Para que sus padres no nos vieran nos metimos en el pajar y allí hemos pasado la noche.¡¡Qué manos tiene la Manuela!!. Me ha dejado nuevo. Sus amigos se reían a carcajadas mientras le quitaban las pajas que aún llevaba enganchadas en el pelo.

En la taberna Jesús se enfundó su capote de paño y muy decidido se dirigió a la puerta. - ¡Hasta luego muchachos!. ¡Ahora me toca a mí !, les dijo.

Jesús tenía fama de valiente porque estaba acostumbrado a andar solo por el campo ya que era minero y muchas veces tenía que hacer de noche el trayecto desde la mina de la Serena hasta Benquerencia. Anita, su novia, tenía fama de hacer en el horno de sus padres los mejores panes del pueblo. Cada día tenía varios encargos que ella atendía gustosamente ya que eran años de
penuria y "las perrillas" escaseaban en la mayoría de los hogares.

A lo lejos pareció oirse el dondolón de algunos cencerros. Los mozos se sobresaltaron ya que era cerca de media noche y casi todo el pueblo estaba durmiendo.

Elías se asomó a la puerta y los tranquilizó con una sonrisa.-Es Cándido con sus cabras. La tormenta lo habrá cogido en la ombría y seguro que ha tenido que refugiarse en alguna cueva de la sierra hasta que ha pasado-

El cabrero se asomó a la puerta de la taberna y comentó: -Chacho que cacho tormenta m` pillao en el Rincón de l´Águila. Los rayos rajaban los peñascos como si fueran de cartón. No he pasao mas mieo en mi via. Uno m´ha matao una cabra. Mañana iré trempano por si llego antes que los buitres
y puedo aprovechar su carne.-

Braulio le ofreció su tanque de vino y el cabrero se lo bebió dándole las gracias. Fue curioso que las cabras y el perro se quedaron esperando hasta que Cándido reanudó el camino.

Entonces se dieron cuenta de que hacía ya casi media hora que había marchado Jesús y era raro que no hubiera regresado. 

Esperaron otros quince o veinte minutos pero Jesús no aparecía.

-Seguro que, con lo bromista que es, quiere que nos preocupemos un poco-Dijo Miguel.

Después de unos minutos de tensa preocupación decidieron bajar los cuatro al cementerio por si había sucedido algo anormal. Al llegar a la puerta distinguieron un bulto pegado a ella. Era Jesús. Estaba muerto. 

El borde de su capote estaba enganchado a la puerta con su propio machete. 


Al día siguiente comentaron los vecinos de las casas más cercanas al cementerio que oyeron unos terribles gritos que decían ¡¡Sueltaaaa!!   ¡¡Sueltaaaa!!   ¡¡Sueltaaaa!!. Seguro que como era una noche ventosa al ir al clavar su machete ensartó sin darse cuenta  el borde inferior de su capote.

¿Leyenda?  ¿Historia?. Así me lo contaba mi tío Pablo cuando yo era pequeño y así os lo he contado yo.


Benquerencia de la Serena. Abril 2015.

Manuel Tena Caballero para el libro "Añoranzas benquerencianas"











No hay comentarios:

Publicar un comentario